ECONOMISTA PIKETTY: LA OBSESIÓN CON LA DESIGUALDAD Y EL SOCIALISMO. Por: Priscila Guinovart. (98)

También es interesante conocer puntos de vista de autores que -quizás sin proponérselo- en fragmentos caen exactamente en lo que critican. Lo cual evidencia un sesgo ideológico y preconceptos establecidos. A continuación un texto de Priscila Guinovart, escritora uruguaya, autora entre otros de “La cabeza de Dios”, actualmente colabora para medios de América Latina, EE.UU. y Europa. Al final adjuntamos la FUENTE respectiva (SaladePrensa/InterésPúblico).
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Toda generación tiene su cantante de moda, su actor de moda, su escritor de moda y, quizás de una forma un tanto menos evidente, su economista de moda. Éste es un economista del que todos han escuchado hablar (todo un logro en tal profesión) y al cual todos discuten, con mayor o menor desacierto. Thomas Piketty es el economista de esta generación, ocupando el cuestionado trono que dejase Paul Krugman, o quizás, dada su afinidad política, compartiéndolo con él.
El francés rompió récords de venta con su libro “El capital en el siglo XXI” – que hasta en la estética de su carátula pretende imitar a “El capital” de Karl Marx – pero no logró que todo aquél que adquirió su obra, en efecto la leyese: hasta sus simpatizantes (fanáticos, en algunos casos) me han confesado no ser capaces de leer el libro en su totalidad. Sí, Piketty es denso de leer, combina supuestos postulados económicos con una literatura afrancesada del siglo XVIII. Como si fuese poco, es extensísimo, o, como afirmara la BBC ‘’un mamotreto de 650 páginas”.
Y quizás resida allí su gran ventaja, el público no siempre admite que no entendió algo, y, en la duda, se aplaude.
Pero ojalá las críticas a Piketty fuesen meramente literarias. El economista francés es el nuevo abanderado del “si hay pobres es porque hay ricos” y su mamotreto (con permiso de la BBC) ha sido musa de Bernie Sanders, de Pablo Iglesias, de Kicillof y de todas las izquierdas económicamente resentidas, revanchistas y anti-progreso. En fin, musa de la izquierda en sí, porque Piketty representa a la esencia misma de la izquierda.
Según Piketty, el capitalismo produce desigualdad. Pero ¿es la desigualdad en sí un problema? Aquí hay que diferenciar los conceptos “desigualdad” y “pobreza”. La desigualdad es inherente a la existencia humana: siempre habrá quien tenga más y quien tenga menos. Que alguien coma caviar cinco veces al día mientras otro coma arroz con verduras sólo al almuerzo, es algo que no cambiará. El problema, el verdadero problema entonces, es que haya quienes no tengan absolutamente nada para comer. Es en la pobreza que debemos concentrarnos, no en la eterna desigualdad. Yo no exijo ganar lo mismo que Mark Zuckerberg, entre otras cosas, porque jamás se me hubiese ocurrido crear algo como Facebook y hacer de mi idea un negocio. No genero lo mismo, por lo tanto no tengo los mismos ingresos. Y eso está bien.
Pero volvamos a la pobreza y a Piketty ¿es el mundo más pobre – ya nos ocupamos del término “desigualdad” – por culpa del capitalismo? La respuesta es no sólo un “no” rotundo, sino muy particularmente, es un claro “todo lo contrario”. En el correr de los últimos dos siglos, momento en el que la industria florece gracias al siempre vilipendiado capitalismo, somos más ricos. Y esto es especialmente cierto en las últimas décadas: en 1990, según datos de la ONU, la pobreza llegaba al 47% en el mundo. En el 2005, la cifra había descendido al 27% y, finalmente, en el 2015, al 22%.
Por primera vez en la historia humana, hay más obesos en el mundo que famélicos, claro indicio de que las condiciones, lejos de ser las ideales, son sin dudas mejores de lo que eran hace dos siglos.
Invito al lector, fuera de los números oficiales, a preguntarse si acaso usted no tiene un nivel de vida que sería impensable para sus abuelos.
Pero a Piketty poco la importa la pobreza y muchos menos la generación de riqueza – única solución para combatir a la primera. El francés está obsesionado con la desigualdad y propone, como solución mágica, lo mismo que han propuesto todos los socialistas desde el principio de los tiempos: más impuestos. En el caso de Piketty, un impuesto en particular que bautizó “impuesto global a la riqueza”. Quienes más tienen, sostiene, deberían renunciar hasta a un 80% de sus ingresos (o renta o propiedades, Piketty no hace una clara distinción entre los conceptos, una de los agujeros de su teoría) y cedérselos a quienes menos tienen. Afirma también que un sistema de redistribución se encargaría entonces de que éstos llegasen a lo que él cree es un “mejor destino”.
En el mundo todos, y quizás muy especialmente en América latina, hemos tenido y tenemos hasta el día de hoy gobiernos a los que se le ha ocurrido tal idea. Tenemos a los Castro, a los Chávez, a los Maduro, a los Mujica, a los Kirchner, a los Da Silva, a los Rousseff. Bien los sufrimos, bien los conocemos. Sabemos, tristemente, a la perfección cómo funcionan los “sistemas de redistribución” y sabemos que en las manos de los redistribuidores hemos perdido todos: desde el empresario que abre industrias y contrata trabajadores, hasta los empleados que trabajan para el tan demonizado empresario.
La redistribución no funcionó nunca: sólo ha servido para crear y concentrar poder, para corromper, para debilitar a los ciudadanos, para mendigar. La redistribución es la base del socialismo y el socialismo ha fallado y seguirá fallando.
Si a Piketty le preocupase la pobreza, escribiría sobre cómo generar riqueza.
Entonces ¿por qué es tan popular? Primero y ante todo, la popularidad no es indicio de absolutamente nada. Hitler fue popular. Ernesto Guevara, ese asesino homófobo y racista cuya historia permanece desconocida para muchos, sigue siendo popular.
La popularidad de Thomas Piketty se explica con un hecho muy simple, que es el que mantiene vivo al socialismo, a pesar de sus masacres e innegables horrores: la idea de la redistribución suena, lisa y llanamente, “linda”. Repetir el término “redistribución” funciona como un lavador de consciencias: “me duele la pobreza, pero al menos yo creo en la redistribución y a través de ella la combato”. Luego vuelvo a mi casa, y escribo, desde mi iPhone o Android, “muerte al capitalismo” en las distintas redes sociales. Y no caigo, no caigo nunca en contradicción.
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