PHAN THI KIM PHUC, LA NIÑA QUE VI CORRER. Por Márcia Batista Ramos (*)

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Cuando los naranjos daban fruta y sombra, era la época en que el invierno ladraba en las calles, entonces sentábamos a calentarnos al sol y a descascarar las naranjas dulces y jugosas. Era una especie de ritual de invierno y así como nos sentíamos, pensábamos que todos eran felices. El tiempo pasaba gota a gota, con cuentagotas y caía suavemente sobre la vida; tan suave, que daba la impresión de que la vida era bella y que sería eterna.
Por las mañanas nos contábamos los sueños, el tiempo parecía infinito y el algodón dulce de color rosado siempre me arrancaba una sonrisa. En los viajes, cantábamos viejas canciones que escuchamos a los padres y tíos cantar en alguna reunión.

En las noches nos gustaba recitar poesía o jugar con las sombras, que se transformaban en personajes y contaban sus historias divertidas, que seguían en nuestra mente durante el sueño placentero.
Los amigos llegaron y anduvimos el mismo camino, miramos las nubes del verano y descubrimos los diseños que nos dejaban. Porque no sabíamos de los otros mundos, de los mundos grandes que se desplomaban en guerras.
Un día, de uno de esos mundos grandes y llenos de bombas salió una imagen de una niña desnuda corriendo, ella se llamaba Phan Thi Kim Phuc. Ese día todos los adultos hablaron del Napalm.

Fue muy difícil para mí tratar de comprender la guerra, y mi padre me dijo que la guerra, era un lugar triste donde se mata y se muere. Entonces, preguntamos sobre la muerte, sobre la guerra, sobre los muertos, otra vez. Y por la mañana, no teníamos sueños para contar, nos habíamos olvidado de soñar. No pude entender, por qué Phan Thi Kim Phuc, corría desnuda. ¿Y su casa, su madre, su ropa?
Después de la notica con la imagen tan triste en la “Revista o Cruzeiro”, todo cambió. Poco a poco dejamos de cantar las canciones pasadas de moda, que habíamos aprendido de los padres y de los tíos. Ya empecé a cuidar los dientes y no disfruté más del algodón dulce, como una nube rosada.
Entonces el tiempo adquirió otro ritmo y sin querer, nos enterábamos de las virtudes y de las desgracias del planeta. Supimos que había un mundo grande, enfermo y malo. Que despiadadamente, mataba de hambre a los niños. Y no quise acercarme a esos espacios, donde pasean el dinero en cantidad y el poder ilimitado. No quise mirar por la pantalla chica las noticias y con el corazón estrujado, empecé a dejar gotear tinta sobre hojas blancas.
No estaba lista para comprender los infiernos y sus diversos niveles, que son construidos con las guerras. No me importaba que me criticasen por no enterarme de lo que pasaba en el planeta.

Lo que pasó es que no sabíamos, que el paisaje de la infancia un día cambiaría, ni que vendrían nuevos rostros, peor, extraños rostros frente al espejo. La verdad, es que no sabíamos muchas cosas, porque estábamos distraídos entre hacer volar una cometa y adivinar qué habría de postre.

Nuestro mundo era pequeño con revistas infantiles, álbumes de figuritas y algún paseo de fin de semana. Obviamente, que era imposible imaginarse espacios distintos como los mundos menores, llenos de mezquindad y girando en torno de un personaje infeliz que ni siquiera logra satisfacer su propio ego. Esos mundos, puedo identificar ahora e invariablemente, me sorprenden.
Porque no sabíamos que los juegos de “haz de cuenta” eran juegos de adultos frustrados y mentirosos, ya que las mentiras eran frases que no debíamos proferir; entonces, ahora los veo, los miro y muevo la cabeza pensando, ¿para qué?
Creo que engañarse a uno mismo es imposible, porque siempre hay una hora en el día, en que el silencio interno es interrumpido por nuestra conciencia que conoce nuestra verdadera Identidad, porque ella sabe: de la locura empedernida, de cada error cometido en el camino, de los vicios acicalados que cada uno quiere dejar en el armario, de la necesidad de un entorno mediocre para no sentirse tan desgraciado… y del miedo inmenso como una sombra que persigue eternamente.
Al igual que de los mundos muy grandes (con poder y guerra), trato de alejarme de los mundos muy pequeños que no tienen sabor a fresas o chocolate, porque es muy complicado y para hablar con mediocres, hay que elegir las palabras y soy demasiado espontánea, puedo equivocarme fácilmente.

Cuando llovía, me gustaba mirar por el vidrio de la ventana y ver como el agua milagrosamente caía del cielo, pero mi espanto mayor cuando escampaba, era ver la calle con sus paralelepípedos lavados, con un color oscuro brillante. Los tejados después de la lluvia, adquirían un aspecto renovado al igual que las paredes de las casas.
Lo que yo no sabía era que el agua de la lluvia bañaba con vida todo lo que estaba muerto en el mundo: los edificios, los trenes, los carteles, los carros…
Cuando entendí eso, mucha agua ya había pasado por debajo del puente, aun así, empecé a quedarme en la lluvia, para que ella me bañe con vida, porque ya existían muchos muertos, así como, muchas cosas muertas en mí.
De un día para el otro ya nada fue igual. Los amigos ya estaban muertos, se fueron sin despedirse y yo ya no quería tener premoniciones, simplemente porque esa mi maldita intuición, no se equivocaba.


Hoy, me cuesta creer en la magia de la vida. Observo mis manos arrugadas y no las reconozco, porque no me siento así, toda la piel se ha marchitado, pero no soy yo, es apenas una veste que se desgasta con el tiempo que pasa eufórico.
La verdad, es que no sé, en qué momento pasó tanto tiempo, ni cuando todos se fueron, dejando recuerdos como fotos amarillentas. Tal vez, me distraje conociendo países extraños, inmersa en cosas estériles o saboreando tres pececitos del mar del norte, lo más seguro, es que me entretuve con seres que no existen.
La cajita de música aun es la misma y llena el ambiente, por un momento. Me gusta, porque soy feliz, cuando acaba la música y guardo en la memoria, el momento como un tesoro. No pasa lo mismo con las personas, es muy distinto, porque se quedan más y más adentro, y cuando vienen a la superficie de mi mente, por un u otro motivo, duelen en mí. No logro detenerlas como la música de la cajita y mis lágrimas las llevan como un torrente para un lugar más adentro, al tiempo que las siento más lejos. Entonces, me desprendo de la memoria y me alejo de la saudade, pero la sal llena lo que falta del día, de la noche, de la vida y siento que ahora el tiempo es demasiado largo, aunque Phan Thi Kim Phuc siempre será una niña corriendo de la bomba de Napalm.
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Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.

MI PUEBLO MAPUCHE. Por Márcia Batista Ramos (*)

Para Fabienne Sorin.
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Nosotros vivimos en este territorio desde el inicio de los tiempos. Aun recordamos que hasta el siglo XVIII, nuestros abuelos se autodenominaban che (gente) o reche (gente verdadera). Creo que ellos tenían razón, que ellos y sus ancestros eran gente verdadera, porque no viajaban a otros territorios para someter a las personas, matando sus mujeres e hijos y robando sus riquezas y destruyendo su cultura.
Hasta hoy respetamos a Ankatu (Señor que toca el cielo o Señor de los cielos), porque sabemos que Él es el único dueño de Lihue (vida) y la vida y toda la creación se respeta.
Nosotros, los mapuches somos el pueblo originario más numeroso del Cono Sur, habitamos en la zona centro y zona sur de lo que hoy es Chile y parte de Argentina. Hablamos mapudungun (lengua de la tierra), un idioma dulce y muy significativo que muchas veces reconoce, a través de una única palabra, una entidad más compleja.
Cuando yo nací me llamaron Yanara (hija del sol) y a mi hermana la llamaron Rayen (flor silvestre), porque nuestros padres, como todos los padres de nuestra etnia, tienen mucho ayun (amor) por sus hijos, eso es una gran bendición, que valoramos mucho y tratamos de corresponder con mucho ayun (amor) durante toda la vida. Nuestra madre es una sayen (mujer de gran corazón) y su abuela era una mailen (mujer poderosa, noble e inteligente).
Nuestro pueblo sufrió la expansión del Imperio Inca o Tawantisuyo, a partir del siglo XV. Durante el reinado del Inca Túpac Yupanqui, se realizó una expedición de conquista que sometió a todos los pueblos que estaban a su paso y llegó hasta nuestras tierras, en el actual valle del Aconcagua y algunas comarcas ubicadas al sur de él. Algunos pueblos del Valle de Chile fueron sometidos por los incas y les pagaron tributos.
Pero nuestra gente se enfrentó al capitán Inca Apu Camac y no dejó que pasen y así, se fijó el límite sur del Imperio inca. Cada aukan (guerrero) demostró que era nehuen (fuerte), ofrendando su vida con suyai (esperanza) de que ningún extranjero intente arrebatar nuestro territorio.
Las guerras siempre son sangrientas y tristes y a mí, me gustaría vivir siempre en paz y que todos los pueblos del mundo, también viviesen en paz.

Además, es el mayor anhelo de nuestro pueblo: vivir como tahiel (hombre libre), en paz en nuestro territorio donde lihuén (la luz) brilla para nahuel (el jaguar) y para lilen (el arbusto) siempre en armonía y equilibrio.
Aneley (la felicidad) de nuestro pueblo no duró mucho, porque llegaron otros extranjeros, tiñendo de sangre toda el agua que antes fue ailin (transparente y clara), terminando con todo amancay (flor amarilla con vetas rojas) y sobretodo, terminando con nuestra ayelén (alegría).
Estos últimos extranjeros eran los conquistadores españoles que abatieron al Imperio inca y, posteriormente, también intentaron someter a nuestro pueblo, estimado en cerca de un millón de habitantes.
Los abuelos de nuestros abuelos que eran nehuen (fuertes) resistieron a un prolongado conflicto conocido como la Guerra de Arauco.
Durante dicho período inicial, en la segunda mitad del siglo XVI y la primera mitad del XVII, nuestra población se vio muy reducida, principalmente por las pestes traídas por los europeos, como el tifus y la viruela. La historia cuenta que los grupos ubicados entre los ríos Biobío y el Toltén lograron resistir con éxito a los conquistadores españoles en la llamada Guerra de Arauco, una serie de batallas y sucesos que duró unos 300 años, con largos períodos de tregua.
Los españoles firmaron varios pactos que juraron respetar. Se celebraron acuerdos, con aprobación del Rey de España; en el que se reiteraba el reconocimiento de la independencia de los mapuches frente a la Corona española, y las partes se comprometían a dejar de lado las acciones bélicas. Estos tratados fueron reconocidos por el gobierno republicano en enero de 1825, confirmando la soberanía mapuche sobre los territorios comprendidos al sur del Biobío.
Tras esto se vivió un período de relativa paz hasta fines del siglo XVIII. El antropólogo norteamericano Tom Dillehay, acaba de publicar un libro en el que explica por qué los mapuches eran, a la llegada de los españoles, una sociedad más desarrollada de lo que hasta ahora se pensó.
Después de su independencia de España, Chile siguió una política de no agresión y cautela hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando avanzó la expansión Estatal sobre el territorio mapuche.
Así, de 1861 a 1883, el ejército chileno ensayó diferentes estrategias, que culminaron con el completo sometimiento de los mapuches en 1883. A todo este proceso le dieron el nombre de Ocupación de la Araucanía. Nosotros llamamos injusticia.
Desde entonces, somos prisioneros en nuestra propia tierra, sin derecho a nuestra autodeterminación y esperamos un eluney (regalo del cielo) para que todo cambie.
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Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.

EXISTIMOS TAN POCO. Por Márcia Batista Ramos (*)

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Segundo año de peste: cada vez que suena el teléfono por la noche, se estruja el alma… Será mejor que los teléfonos no suenen por la noche y los enfermos se recuperen durante la noche, y respiren mejor con la luz de la luna. Al final, siempre faltan cosas para decirse y deben ser dichas. Por lo menos, te amo, una vez más. O tal vez, hay que dejar claro, que allá a donde se viaja sin las pesadas vestes del cuerpo, cada uno llevará en la memoria al otro, para siempre. Decirlo es importante, una vez más, por lo menos, para que los que se queden, puedan soportar quedarse.
Entonces, los teléfonos no deben sonar por la noche, por lo menos ahora, en el segundo año de la peste. Lo que debiera oírse, por la noche, son los cánticos angelicales que guardan los sueños de los mortales, pero no se oyen… Las noches están plagadas de ambulancias y miedos.
Peor que eso, nadie sabe qué aturdirá su sueño, quién llamará para contar sobre quién se ausenta, sin siquiera enumerar su historial de batallas.
Antes de la peste no era así, teníamos la noche para soñar otra vida. Ahora, nos damos cuenta de que lo vivido fue poco, que nos amamos poco, nos soñamos poco y a cualquier momento habrá más un nombre en la oración. Las palabras ya no bastan, todas saben lánguidas, con un brillo pálido y no hay abrazo que reemplace los brazos que ya no están. Todo sabe a hiel, parece un tiempo de guerra no declarada… En ese tiempo de peste, cualquier espera recuerda al siglo que ecua inútil para muchos. Nunca el mismo pan de cada día tuvo un sabor tan amargo.
Nos cuesta entender. Nos cuesta aceptar… Nos falta delicadeza para no gritar en los pasillos de los hospitales, cuando el dolor nos golpea anunciando el vuelo de más un ángel a la transparencia donde habita Dios.
Segundo año de peste: ya no conversamos con nadie; no confiamos nuestros secretos; estamos prohibidos de velar a los muertos; no entendemos muchas cosas como la circunstancial hostilidad que nos fue impuesta. De muchas maneras, tenemos abierto el libro de los lamentos. Porque olvidamos lo que somos y nos estamos perdiendo en un silencio pleno.
Segundo año de peste: y es tamaña tozudez de no entender lo que pasa y seguir con un hueco en el estómago y con el alma estrujada cada vez que el teléfono suena por la noche…
Lo que pasa es que no nos resignamos por enésima vez y pensamos que existimos tan poco.
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Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.

FIDEL CARLOS FLORES: LA NOTICIA BOLIVIANA EN MÉXICO. Por Gary Daher (*)

Foto 1. Gary Daher, Foto 2. Gary y Fidel Flores
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Lo conocí personalmente en el viaje que hice a México en 2015, invitado al Encuentro Internacional de Poetas de Zamora, Michoacán, pero ya Fidel Flores estaba en contacto con mis labores de escritura desde el 2002, cuando fungió de corresponsal de la revista VOX, de corte sociopolítico, y de la cual yo era el jefe de prensa.
Fidel Flores es un periodista boliviano que trasciende su función de reportero. Su calidez y su espíritu de escritor no solamente lo presentan como un activo testigo del acontecer político, económico y social, sino que en el mundo del arte se desplaza para cubrir con igual o mayor interés los eventos emergentes de esa esfera, lo hemos visto recibir a los escritores y artistas bolivianos, entrevistarlos, dar informes sobre ellos en cuanto a su relación con México.
Se diría que, con Fidel Flores, Bolivia tiene un espacio ganado en el mapa de la información en México, mientras que su tenaz producción en crónicas, memorias, poemas y microrrelatos, que hacen a “sus mil formas de comunicarse”, como dijo de él el escritor Jorge Mansilla (Coco Manto), lo presentan de cuerpo entero como un incansable soldado de la palabra.
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Gary Daher. Bolivia (1956). Ingeniero y Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana (Universidad de Barcelona, España). Autor de catorce libros de poesía, tres novelas, un ensayo sobre poesía boliviana y un libro con poemas de autores clásicos, frutos de su traducción. Junto a los poetas Ariel Pérez y Juan Carlos Ramiro Quiroga conformó el grupo literario de poesía que se conoció como Club del Café o del Ajenjo, autores de la obra poética Errores compartidos y de la revista de poesía llamada Mal menor. Durante 1993 y 1994, ha dirigido junto a los poetas Vilma Tapia y Álvaro Antezana el suplemento El Pabellón del Vacío, semanario literario que marca un salto en cuanto a los espacios de difusión y crítica de la literatura boliviana.
Ha publicado y difundido artículos con ensayos literarios y otros reflexivos de nuestra contemporaneidad. Sus textos han sido recogidos en varias antologías y revistas internacionales. Una antología realizada por el mismo autor sobre la base de los libros publicados hasta la fecha ha sido publicada en una versión digital por Banda Hispánica con el nombre de Antología personal y otros poemas. El libro se lo puede bajar de Libros en Acrobat de Gary Daher.
Actualmente, es coeditor, junto a Magela Baudoin, Giovanna Rivero, Paura Rodríguez Leitón, Juan Murillo y Gabriel Chávez Casazola de la Máquina de Escribir que produce la revista anual El Ansia (volumen de aprox. 250 pag.), que publica cada año el estudio de tres escritores bolivianos, un poeta, un narrador y un ensayista; y es curador y fundador, junto a Gabriel Chávez Casazola, del Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de los Anillos, que sucede en el mes de junio, propiciado por la Cámara del Libro de Santa Cruz.
Como traductor podemos mencionar una serie de artículos semanales publicados en el periódico “Hoy” de La Paz entre 1995 y 1996 y en los que se incluía un ensayo y la traducción de un poema de poesía brasileña, columna a su cargo que salía con el nombre de «Poesía brasileña actual». El año 2005 ha publicado, a través del Departamento de Extensión Cultural de la Universidad Nur, sus traducciones del latín al castellano de poemas de Catulo en edición bilingüe, acompañados de poemas de Safo traducida de la versión en inglés de D.W. Myatt, en un libro denominado Safo y Catulo: poesía amorosa de la antigüedad.
Su obra se inscribe dentro de la nueva producción literaria boliviana. Siendo su trabajo más conocido, la novela El huésped, que los críticos no han podido clasificar con claridad; pero que parece haber cruzado más allá de los umbrales de la ciencia ficción, mientras que en poesía el extenso poema Cantos desde un campo de mieses, de 714 versos, ha sido reeditado en mayo de 2008 en Venezuela por la editorial El Perro y la Rana, consolidando su prestigio internacional.

EL “RACISMO INVERSO” NO EXISTE, ES UN FALSO ARGUMENTO QUE SE DEBATE EN MÉXICO

“El término ‘whitexican’ jamás podrá ser tan ofensivo como ‘prieto’ o ‘indio’”, dice un investigador de la UNAM
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(El País, junio 2017). El mundo se ha visto sacudido por decenas de manifestaciones en contra del racismo tras el asesinato a manos de policías de George Floyd el pasado 25 de mayo en Estados Unidos. Pero en México también tuvieron eco luego del asesinato de Giovanni López a manos de la policía de Jalisco. Posteriormente, un comentario de la actriz mexicana Bárbara de Regil sobre un filtro de Instagram que oscurecía la piel, al que calificó de “prieto y muy feo”, avivó el debate en redes sociales sobre el racismo en México.
La discriminación por el color de la piel volvió a ser objeto de discusión en redes sociales en el país. El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) convocó a un foro denominado “Racismo y clasismo en México”, que posteriormente fue cancelado debido a las múltiples quejas por la participación del comediante Chumel Torres, quien anteriormente ya había sido acusado de realizar comentarios racistas. Una de las denuncias provino de la esposa del presidente mexicano, Beatriz Gutiérrez Müller, quien señaló que el youtuber ha hecho comentarios discriminatorios en contra de su hijo menor de edad.
A lo largo de estos días, varios usuarios han expresado que las personas de tez blanca también padecen actos de discriminación, denominando a estos hechos como “racismo a la inversa”. Este término ha sido retomado en diversas ocasiones cuando se denuncian casos de segregación racial. Personas blancas o no indígenas mencionan que se les ha insultado con términos como “whitexican” o con expresiones como “pinche güerito”.
En el libro México Racista, el historiador Federico Navarrete detalla que el concepto de “racismo inverso” no tiene de ninguna manera la fuerza del racismo dominante en el país, aún cuando se trate de insultos o agresiones de personas morenas hacia otras de tez más clara. Yásnaya Elena Aguilar, lingüista mixe y columnista de EL PAÍS indica que “para que el racismo fuera al revés tendrías que tener la situación contraria a la que se ha vivido por siglos: que la población blanca hubiera sido esclavizada, que no hubiera podido tener acceso a universidades, que se hubiera traficado con ellos y que el canon de personas fuera de personas no blancas y que los puestos de poder fueran ocupados por personas no blancas”, dice a Verne, vía telefónica.
En México son pocas las personas que se definen a sí mismas como blancas. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Discriminación del INEGI de 2017, solo el 4,8% del total de la población se considera a sí misma como blanca, mientras que el 59% se considera de tonalidad intermedia y el 11% de piel más oscura. Sin embargo, el grupo de personas con tonalidad más clara es el que tiene con los índices más altos de riqueza, según indica el reporte El color de México, elaborado por el Colegio de México (Colmex).
Lo cierto es que México es un país con altos niveles de discriminación ligados al color de piel de sus habitantes, donde al menos 20% de la población mayor de edad ha vivido algún acto de exclusión. Zaira Hipólito, psicóloga zapoteca y asesora lingüista ha sido discriminada varias veces por su origen. “He aprendido cómo he sido racializada de muchas formas”, comenta a Verne, vía telefónica. Como mujer indígena, Hipólito cree que el concepto de “racismo a la inversa” es erróneo. “Uno de los ejemplos que se da [las personas blancas] es que se les venden las cosas más caras, pero no porque sean discriminadas, sino al contrario, es porque tienen privilegios”, comenta.
¿‘Whitexican’ puede ser un insulto?
“Prieto”, “indio” o “naco” son algunos de los adjetivos que se usan en México para referirse -principalmente con desprecio- a las personas con un tono de piel oscuro mientras que a los blancos se les ha designado como “whitexicans” (un juego de palabras en inglés entre blanco y mexicano). Este término ha adquirido popularidad en redes sociales desde mediados de 2018, cuando nació la cuenta de Twitter Cosas de Whitexicans, que actualmente tiene más de 248.000 seguidores.
Sin embargo, para Federico Navarrete, también autor del Alfabeto del racismo en México, “no se trata de un insulto. “El término ‘whitexican’ jamás podrá ser tan ofensivo como ‘prieto’ o ‘indio’”, dice a Verne, vía telefónica. “Las personas de piel blanca pueden ser objeto de ataques, que no se justifican, no obstante, no se puede hablar de racismo, ya que éste tiene una dimensión de orden colonial desde hace varios siglos”, indica.
Para Aguilar, las personas que hablan de “racismo inverso” prefieren colocarse bajo una condición de oprimidos antes que aceptar que pudieran haber cometido actos de discriminación. “Moralmente es más agradable identificarse con la clase oprimida que con la opresora, y quizá pueda haber momentos en que sí lo hayan sido, pero no se habla de sus privilegios”, indica.
Para Hipólito el debate sobre el racismo en el país tiene que darse sin importar si hay sucesos en otros países, como la muerte de George Floyd, ya que se trata de un problema permanente. “Siempre habrá alguien que se sienta por encima de alguien por cuestiones raciales”, comenta. “Los adjetivos negativos que se usan para las personas que no han sido discriminadas no se justifican, pero no se trata de un abuso sistemático”; indica.
FUENTE 1: https://verne.elpais.com/verne/2020/06/17/mexico/1592409000_664849.html
FUENTE 2:
https://thrust.com.mx/blog/el-racismo-en-mexico
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ALGUNAS CLAVES SOBRE LA PERSONA Y LA ARTISTA ROSE MARIE CANEDO. Por Andrés Canedo (*)

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Al cabo de muchos años, cuando las heridas finalmente se cerraron, escribí mucho sobre ella, incluso mi novela Pasaje a la nostalgia que la tiene como protagonista. También, me he referido muchas veces, indirectamente, a su trabajo en el teatro. Pero nunca lo había hecho, específicamente, respecto de su labor en este arte, aunque muchas personas lo expresaron por mí y los homenajes a la hora de su muerte y aun después, fueron numerosos. Hoy lo intentaré por primera vez.
¿Por qué se ha dicho que el teatro boliviano, se divide en un antes y un después de Rose Marie Canedo? Se puede hablar, claro, de calidad, de transmisión de emociones, de creatividad, de precisión en las puestas en escena y de excelencia en los actores y actrices, pero, aunque no podamos dar la respuesta precisa, es eso lo que se dijo sobre su manera de hacer teatro. Yo trataré de esbozar brevemente al ser humano que ella era, y de pintarla a través de una cronología de sus trabajos y de algunos de los comentarios vertidos sobre ella.
Es difícil pretender explicar el proceso de creación de un artista, sólo es posible emitir algunas hipótesis, rastrear pistas, imaginar los procesos secretos del alma. Y, siguiendo pistas, tal vez haya que recurrir al proceso de su formación, que yo, como su compañero de vida, pude presenciar desde afuera. Entonces, debo recordar que la conocí cuando ella tenía quince años, que bajaba las gradas de su casa y que, desde las posibilidades que ofrecía mi visión, fui viendo primero sus piernas, luego el cuerpo todo y, finalmente, el rostro que me envió mensajes de luz, que me hizo entender para qué había vivido hasta ese instante. Nos enamoramos y solíamos leer en la sala de su casa, a Dostoievsky, a Herman Hesse, y escuchar música clásica, sobre todo Tchaikovsky. Que tiempo después, ella viajaba con su madre para visitarme brevemente en Córdoba, y luego seguían hacia Buenos Aires, donde vivía su hermana y allí se quedaban las dos hermanas. Entonces, como era maravillosamente audaz, en el tren en el que regresaba su madre a La Paz, pero en otro vagón alejado del de su progenitora, venía también ella, clandestina, para quedarse unos días conmigo. Podría haberlo hecho, sin riesgos, un día después o en otro medio de transporte, pero me decía: “Así me gusta más, con peligro. Además, no quería perder ni un minuto para estar contigo”. A veces, cuando los estudios me lo permitían, viajaba yo a Buenos Aires, y solíamos recorrer plazas y parques y ella me expresaba: “Esta ciudad amplia y abierta, me ensancha el alma. La siento mágica y expresiva, además, con el alma ensanchada, veo esbozos del futuro, y no te asustes, pero algo me dice que no será mucho el tiempo en que estaremos juntos”. Y yo me asustaba, claro, pero la presencia vigorosa de la felicidad me hacía olvidar esos temores.
Yo empezaba el tercer año de medicina cuando nos casamos, y ella se vino conmigo a Córdoba. Allí, en la universidad, estudió durante un tiempo cine, y supongo, que ese estudio de las imágenes, de los encuadres, de los cuerpos vivos en acción, contribuyó a formar su manera de ver las cosas y entender la expresividad que podían tener las formas y los movimientos. En Córdoba veíamos teatro del bueno, por ejemplo, Macunaima, (Mario de Andrade); El arquitecto y el emperador de Asiria (Fernando Arrabal); Las criadas (Jean Genet); La prostituta respetuosa (J.P. Sartre). Es de pensar que aquellas buenas puestas en escena, los excelentes actores, los diferentes estilos, iban trazando caminos en su alma. Asistíamos también a excelentes conciertos y, para citar sólo un nombre, me referiré a Astor Piazzolla, sin dejar de mencionar a las exposiciones de clásicos y no tanto, como las presentaciones de la Sinfónica en el Teatro Rivera Indarte o Les Luthiers y la multitud de cantautores solitarios que se presentaban. Y por supuesto, los buenos discos comprados, Penderecki, Ligetti, los clásicos, que podíamos oír en un tocadiscos que habíamos comprado a plazos. La música y su capacidad de llegar directamente al alma y desatar aluviones de imágenes y emociones, van conformando un espíritu. Pero también las lecturas, las palabras vivas (las asambleas estudiantiles, los amigos que habían decidido jugarse su destino, la visión de la realidad misma) iban conformando su sentir y pensar. Así nos tocó vivir los días primero esperanzadores y luego terribles del Cordobazo, con ollas populares, terror, muerte. La quema desesperada de impresos peligrosos, que un amigo había dejado en una valija para que se la guardemos en nuestro cuarto, en el pequeño baño que nos correspondía, mientras el humo y el temor nos ahogaban, porque los militares que entraban casa por casa ya se encontraban a una cuadra de la nuestra. Y después todo el horror que se desataría.
Yo estaba terminando el último año de la carrera, cuando nos unimos al Teatro Trotea y allí aprendimos los primeros rudimentos para ser actores. Hugo Herrera, Norma Basso y posteriormente Daniel Tieffemberg, fueron nuestros maestros. Así, en largas noches en las que le robábamos horas al sueño, pusimos EL CARRETÓN DE JUAN DE LA CRUZ, ese itinerario por la historia de nuestros pueblos (creado por Hugo Herrera) y que llevaríamos al Festival de Teatro de Quito (Ecuador). Allí, el casi fracaso inicial, y luego el levantarse del grupo y el seguir, ya sin director, la trayectoria por los caminos de Sudámerica, ciudad por ciudad, durmiendo en ómnibus destartalados, en habitaciones a veces mínimas que compartíamos los ocho integrantes, en un recorrer que duró seis meses y que convirtió a la obra en un éxito para nuestro público, generalmente universitarios, con más de 200 presentaciones. Pero en Quito se produjo un hecho trascendental para Rose Marie, (también para mí) pues allí hicimos amistad con Líber Forti, que con sus palabras de fuego incendió el alma de ella. Esa amistad se prolongaría a lo largo de toda su vida y de la mía. Líber, en sus apariciones, al principio esporádicas, nos sacaría de atascos y dudas. El viajar, el ver, el sentir, el vivir mismo, ayudan a delinear el alma, a establecer una especie de mapa del espíritu, y, no dudo, que todas aquellas vivencias, la fueron preparando para hacer su propio teatro, el que vendría después.
Cuando nos vinimos a Bolivia, a La Paz, claro que el teatro ya hacía parte de nosotros. En consecuencia, Rose Marie hizo el personaje de Honey, en QUIÉN LE TEME A VIRGINIA WOOLF, de Albee, dirigida por Javier Fernández. Una de las críticas dijo sobre su trabajo: “Tratándose de Rose Marie Canedo encontramos una textura histriónica obteniendo un amplio crédito… una frescura nada común y elaborada autenticidad”. Poco tiempo después, la visión de Julia Elena Fortún, la nombraría profesora de Actuación en el Taller Nacional de Teatro, en el que yo oficiaba como director o jefe. La aplicación de Stanislawsky y de técnicas adquiridas con el tiempo y de otras intuidas, marcaron su trabajo. Pero mientras tanto, impulsada por sugerencia de su hermano Jorge, ese extraordinario poeta cuya obra se ha perdido, y que solía decir “A todo eso le falta sangre”, empezó a soñar su propia puesta en escena y dirección, con CALÍGULA, de Albert Camus. Y se presentó Calígula que fue un éxito rotundo y sobre la que podrán testimoniar, además de mi persona, los actores que quedan de aquella obra. Calígula tuvo una puesta realista, tal vez los únicos símbolos se encontraban en la escenografía, pero fue la dirección de actores la que le dio valores relevantes. Había actores y actrices de experiencia, pero también los hubo noveles. La actuación precisa, sentida, verosímil, de todo el grupo, marcó la diferencia. Yo, que solía repasar mis parlamentos durante la noche, recibía sugerencias similares a las que ella daba durante los ensayos. El matiz de voz en determinada parte de un texto, el énfasis, el manejo de los subtextos, el valor de las pausas, y claro, todo sobre la base de la emoción auténtica, eran sus sugerencias. Y, ya en el trabajo de puesta en escena, el conocimiento que ella tenía del significado de cada movimiento (no es lo mismo caminar de izquierda a derecha que de derecha a izquierda, por ejemplo), de la repercusión clandestina que los mismos podían tener en los sentimientos de los espectadores, eran un conocimiento que, más allá de la teoría, sólo su rica alma de artista podía tener. El periódico Última Hora (20-8-74), dijo: “Lo más destacable de esta temporada es la labor de dirección que deja ver una gran responsabilidad y disciplina del conjunto, que ha redundado en la puesta en escena más perfecta que haya podido realizar un conjunto teatral en nuestro medio… Así el espectáculo no sólo brilla en su apariencia externa, sino que transmite la intención del autor y lo más profundo de su pensamiento”. Pero también se refirieron a Calígula, personalidades del alto mundo intelectual, como Roberto Prudencio, que expresó en Presencia: “El esfuerzo que han hecho estos… artistas del Teatro Tiempo, es admirable y digno de toda alabanza”. Johnny Gonzales, agregó en El Diario: «(Rose Marie Canedo…) capaz de expresarse más y mejor en cualquier otro tiempo, un poco más avanzado que el nuestro. Pero la inquieta actriz y directora ha decidido quedarse, retroceder para enseñar a los de su tierra y su tiempo”.
Vinieron luego, ANTÍGONA, de Jean Cocteau y FINAL DE PARTIDA, de Samuel Beckett. Respecto de esta última puedo recordar una anécdota. Durante el proceso de ensayos, hubo una escena que no podíamos resolver. Los parlamentos y también las acciones carecían de verosimilitud, las explicaciones y los estímulos que nos daba Rose Marie, no surgían efecto. Una mañana, al despertar, ella me contó que había soñado, que se lo decía el bebé que llevaba en el vientre (nuestro hijo Alejandro), cómo resolver ese estancamiento; que yo ya lo vería en el ensayo. Entonces nos dio un ejemplo muy sencillo de la situación, muy traído a tierra y la escena comenzó a funcionar. Final de partida es una obra dura, áspera, en la que los actores no pueden crear si se apoyan simplemente en sus propias vidas, en la realidad común. Es preciso, para ello, un enorme ejercicio de imaginación y construir una diferente realidad. Sobre Final de partida, la crítica en Presencia (29-5-75) dijo lo siguiente: “El elenco que dirige acertadamente Rose Marie Canedo logró lo que se propuso: mostrar al público nacional uno de los puntos culminantes de la aventura intelectual de Samuel Beckett…”. Última Hora, por su parte, expresó: “Rose Marie Canedo consigue, como lo hiciera en otras oportunidades, la homogeneidad interpretativa… la caracterización de los cuatro personajes es otro de los grandes logros de la representación”.
Después vino EL LUGAR, de Carlos Gorostiza, obra de estructura dramática perfecta que se traduce en una comedia amarga. Se juega a la comedia durante casi todo el tiempo, pero los hilos secretos de la trama van estructurando la tragedia de la soledad, que se muestra al final. Había, en el elenco, algunos actores aficionados a los que se tenía que preparar. Esa fue la tarea más dura de la dirección, junto con la creación de una puesta en escena extremadamente compleja, por las subdivisiones sucesivas que va sufriendo el escenario. La ternura de Rose Marie, el iluminar las mentes y los espíritus buscando situaciones motivadoras de sus propias vidas, hicieron posible el excelente resultado en aquellos actores. PRESENCIA (30-10-75): “La actuación del elenco de Teatro Tiempo puede ser calificada de excelente… Tal equilibrio fue logrado, y es un mérito particular de Rose Marie Canedo, directora del grupo teatral”. ÚLTIMA HORA (31-10-75): “En conjunto un nuevo y verdadero éxito para Rose Marie Canedo, esa joven directora que está luchando para llenar ese gran vacío: el buen teatro”.

En noviembre de 1975, presenta con los estudiantes del Taller Nacional de Teatro, EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA, de Luigi Pirandello, en la que los dos actores debutantes, muestran un alto nivel de actuación.
Pero es en Julio de 1976, cuando se estrena MEDEA, de Jean Anouilh. El grupo de actores era excelente. Beatriz de la Parra y Norma Merlo, como Medea y La nodriza. Dos mujeres desplazándose entre el amor y el odio, el temor también. Durante los ensayos Rose Marie les propuso a ambas que representaran animales para simbolizar la escena inicial: un lobo y una serpiente, un tigre y un lobo. Las contorsiones, la ferocidad, el disimulo y el ataque posterior, fueron conformando en el alma de las actrices, la imagen de cómo deberían desarrollar sus personajes. A mí, que hacía de Jasón y que tenía un largo y muy difícil diálogo con Medea, me dijo que había que comunicar lo que ya habíamos encontrado en “el trabajo de mesa”, alguien que amó, pero ahora abandona; el héroe de ayer que se aburguesa de pronto, el canalla que se vuelve definitivamente infiel. Fernando Illanes, por su parte, que interpretaba a Creón, debía representar al tirano envejecido, reblandecido, que trata de mostrar una firmeza que ya no posee. La crítica, dijo lo siguiente: EL DIARIO (14-7-76): “Sólo una inteligente dirección, buen conocimiento de la obra, un análisis minucioso de todos sus personajes, un estudio de las posibilidades de cada actor, pueden ayudar al éxito de esta obra. Esto es lo que logró su directora”. PRESENCIA (18-7-76): “…una excelente versión de la tragedia griega Medea, trabajada nuevamente por el contemporáneo Anouilh… Desde su irrupción en los escenarios nacionales (Rose Marie Canedo) ha conseguido lo que todos los conjuntos intentan y pocos logran: despertar la pasión por este arte…”
Posteriormente presenta CUÁNTOS SOMOS, con el Taller Nacional de Teatro, obra que es llevada a calles y plazas, y luego muestra SAHARA, de Luis Bredow, que se convirtió en una de sus cumbres creativas, por crear con los cuerpos de actores y actrices, una multitud de imágenes simbólicas que expresaban, más allá del texto, el sentido hondo de la obra de Bredow y, claro, su propia concepción de la misma. A propósito de algunas de las escenas de la misma, la de Cristóbal Colón y la siguiente, planteó, más o menos esto: “La mujer constituye la madera con la que el hombre construye la barca de sus sueños, y en la cual se lanzará a navegar. La mujer lo contiene y al contenerlo estimula todos sus arrebatos, sus viajes, sus aventuras. Entonces, al hachar el cuerpo y el alma femenina, al hacerle el amor y posibilitar que desde ambos cuerpos nazca algo nuevo, esa madera que es también el hijo de ambos, lo proyectará hacia nuevos horizontes. Pero el hombre no sólo construye, es también capaz de destruir, de violar, de arrasar tierras y gente. De esa violación feroz, por ejemplo, a las mujeres de América, nacerá un nuevo ser que, de alguna manera, alumbra en todos nosotros: el mestizo americano”. Y así, en su puesta en escena vimos a los hombres leñadores que parecen estar cortando el árbol que es la mujer, pero que en realidad le están haciendo el amor. Esos árboles- mujer, al caer, se transforman en la barca que llevará a Colón y sus hombres. Cinco mujeres diseñan con sus cuerpos, la proa, los costados de la nave, y casi en la popa, dos hombres usan los brazos de las dos mujeres allí ubicadas para simular remos. Al llegar a tierra la nave se desarma, las mujeres imitando a las olas se deslizan hasta la costa, donde se erguirán para simular a las mujeres de América que se arraciman, y que son violadas por los recién llegados. El grupo de mujeres se sienta, con las piernas abiertas en posición de parto, y desde esas piernas separadas sale rodando, haciendo volteretas, el primer mestizo americano.
Mucho habló la prensa sobre Sahara. Los que siguen son fragmentos de esas críticas: ÚLTIMA HORA (19-5-77):” … el elenco dirigido por la talentosa Rose Marie Canedo, lleva a escena con la mayor fidelidad estética posible una obra nacional de verdadera calidad artística y humana”. ” ÚLTIMA HORA (16-6-77): “Sahara, una nueva expresión teatral: Luis Bredow la escribe, Rose Marie Canedo la dirige y el Teatro Tiempo la representa de manera especial… con estos elementos que han mostrado su calidad en anteriores oportunidades, el resultado fue excepcional”. EL DIARIO (22-5-77): “La dirección a cargo de Rose Marie Canedo, logra una creación con esta puesta en escena… Debemos reconocer una vez más el talento de esta joven directora que logró el éxito de Sahara”. LOS TIEMPOS (14-6-75): “La puesta en escena lograda por el elenco que dirige Rose Marie Canedo, alcanza a ser, una sucesión de momentos en que los parlamentos, los cuerpos, las luces, los silencios y el sonido forman un todo armónico, altamente plástico y muy inteligentemente concebido. Es indudable que uno de los mayores aciertos de la presentación de “Sahara”, es el sabio montaje escénico… Y es en la utilización de todos (o casi todos) los elementos de la puesta en escena, que resulta justificada toda la expectativa creada alrededor de esta joven directora por la crítica de La Paz y por sus propios antecedentes. En “Sahara”, el público cochabambino ha tenido la oportunidad de apreciar el proceso de búsqueda y hallazgo de nuevas expresiones teatrales…”.
Finalmente vendría una reposición de EL LUGAR, y luego, su último trabajo, TUPAC AMARU, de Osvaldo Dragún, obra que no pudo concluir porque la muerte la sorprendió, en el momento de cumplir 29 años, en pleno trabajo.
Veamos, lo que dice la misma Rose Marie Canedo sobre su trabajo, en un reportaje que le realizó Pablo Ubiego: “Yo pienso, ¿ve Ud? en imágenes y en colores que se mueven, veo formas vivas que expresan ideas y sensaciones mudas”. “Ya en la etapa de los ensayos provoco la imaginación del actor para hacer que sienta lo que la situación del personaje indica. Dejo evolucionar a los actores libremente dentro de un marco grueso que he fijado y voy rechazando lo superfluo, rescatando lo útil y añado lo que ha sido pasado por alto. Mi método de trabajo es asistemático. Todos (los sistemas) me sirven según lo que quiera lograr y a menudo invento en el momento el estímulo que hará brotar el sentimiento verdadero del actor. Mis ensayos son sesiones de provocación… Cuando el gesto y el sentimiento están íntimamente ligados y siento “verdad” en la acción, la adapto a las necesidades del escenario. Ese gesto debe inscribirse ahora en el espacio y el tiempo teatral para llegar a ser espectacular. Y paulatinamente voy situando sentimientos dentro de una rigurosa geometría. En mi trabajo de teatro la lógica nace del sentimiento, la geometría nace del alma”. “Poco a poco mi creación deja de ser mi tarea: (debo) transferir a los actores mi creación para que ellos la asuman y sean, a su vez, creadores. Sin embargo… tengo todavía que crear una atmósfera dentro de la cual deben evolucionar los personajes y ese clima deberá también envolver al espectador. (En Medea) imaginé para el ritmo un viento huracanado que se convierte en un altiplano, un altiplano que se hace trueno y un trueno que se vuelve silencio”.
¿Qué se puede agregar? Que hizo la Regie en siete espectáculos de Ballet y en dos óperas, que la mayoría de los mejores actores y actrices bolivianos de aquel tiempo, trabajaron con ella, y también, que el libro, Historia de Bolivia, de Mesa Gisbert, resalta su trabajo y el mío, en sus páginas. Se puede añadir también, lo que dijo Pedro Susz, luego de la muerte de la directora: EL DIARIO (18-6-78) ““En una conversación que tuve con Rose Marie Canedo y que se publicó en este matutino, Rose Marie Canedo había manifestado: “Hacer teatro en Bolivia equivale a emprender un viaje hacia lo desconocido “(8-5-77). Con estas palabras hacía referencia no al dominio de la herramienta expresiva que había elegido, sino a las tremendas dificultades que deben enfrentar quienes se proponen a aportar al desarrollo de un teatro boliviano. Mas, pese a todos estos males, Rose Marie fue, sin duda, una viajera impenitente y ese empecinamiento, casi increíble, que la llevó a constituirse en la directora de mayor éxito de nuestro medio, era lo primero que admiramos… Y en el teatro de Rose Marie, no se abordó nunca una temática gratuita. En las obras que elegía, se desarrollaba siempre en enfrentamiento del hombre contra el despotismo, la irracionalidad y la opresión de los sistemas…” “… Rose Marie encarnaba luminosamente todo aquello para lo que había sido hecha… y su activa juventud demostraba tanta vitalidad como para llenar no sólo su propia existencia, sino, incluso, la de todos quienes le rodeaban… La vida debe continuar. El teatro debe seguir. Que la absurda inutilidad de la muerte de Rose Marie Canedo, sea vengada de la única forma en que mínimamente puede serlo: con obras concretas. Porque el seguir creando, es como decía Rose Marie, la mejor incitación a seguir viviendo… así el teatro boliviano podrá llegar a ser esa inextinguible realidad que debe ser. Rose Marie ya lo es en nuestra memoria”.
¿Cómo terminar esta nota? ¿Qué puedo agregar yo (o cualquier otro) que sea capaz de abarcar la totalidad de ese ser humano? Prefiero concluir con un poema de ella misma, premonitorio y revelador: “Cayó muerta, pero soltó su golondrina, que se fue… se fue… primero caminando para saludar al cadáver… y luego… luego… volando para alcanzar la aurora”.
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Es autor de numerosos cuentos y relatos publicados en diversos periódicos y revistas literarias nacionales e internacionales. Ha publicado también poemas y tiene una publicación semanal en su muro de Facebook y en su página Andrés Canedo de Ávila. Es autor de las novelas Pasaje a la Nostalgia (Editorial Kipus, Bolivia) y Territorio de Signos (Editorial 3600, Bolivia).
Andrés Canedo, nació en Cochabamba y actualmente vive en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)

ARGONAUTAS DEL SIGLO XXI. Por Márcia Batista Ramos (*)

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En medio a un congestionamiento surrealista y caótico en la urbe alteña, intentando salir de la ciudad sede de gobierno de Bolivia, miraba, desde el asiento del acompañante, los tres carriles apiñados de minibuses parados, esperando para llenarse de pasajeros, desde el carril que se movía tan lento como una boa digiriendo un toro, porque en el cruce un camión viejo repleto de personas, se tranco al tentar pasar en semáforo rojo y sin poder andar ni atrás, ni adelante, cortaba el paso del único carril que no tenía minibuses parados…
Mismo con los vidrios cerrados, para no dejar escapar la refrigeración, escuchaba los sonidos de afuera y me sentía en zozobra entre tantos bocinazos, voceadores – gritando el trayecto de cada minibús a voz en cuello- transeúntes buscando un espacio para cruzar la avenida, vendedores ambulantes de todo lo humanamente imaginable, bajo el sol del mediodía.
Yo soy una persona que tiene profundo apego al silencio, entonces, realmente, en aquellos momentos, me sentía como un argonauta, navegando por el ruidoso altiplano paceño. Miraba en el ornato público todas las cosas feas y rotas que los manifestantes lugareños, en distintas ocasiones, destrozaron demostrando que no tenían ni un ápice de sentido común.

Cada minibús que se llenaba, quería salir de su carril cortando por la derecha a la fila indiana del único carril en supuesto movimiento, casi raspando las movilidades en marcha lenta, siempre frenaban a escasos centímetros antes del choque.
Yo miraba las aceras, convertidas en colorido mercado, donde los vendedores dejaban casi nada de espacio para los transeúntes que, por prisa y sin tiempo para respirar, caminaban entre los autos en una especie de ritual, ofrendando sus vidas.
Lo bueno, era el color del cielo, que siempre es más puro en el altiplano; y no se veía nubes en el cielo iridiscente que hería la vista, la nublaba si uno miraba directamente por mucho tiempo.

Mi esposo estaba al volante, yo sabía que estaba estresado, reclamaba de la falta de autoridad para hacer con que se cumplan las Leyes en el país. Yo no sabía qué contestarle, para no caldear más el fuego e irritarlo más, ante la precariedad del ordenamiento vial.
Un microbús intentó cortarnos por la derecha y frenó muy cerca de mi puerta, mientras mi esposo me preguntó si yo vi que el transportista no utilizó luces de señalización. Si, vi… Tuve miedo que nos chocara…
Esos terribles minibuses, de industria china, tienen puertas para pasajeros en el lado izquierdo y derecho, los choferes abren las dos puertas y las personas van subiendo a lo largo de la avenida de forma desordenada, indiferentemente por los dos lados.
Vi las cholas con sus polleras elegantes frotándose en nuestra camioneta para poder abordar un minibús. Comenté que era bonita su pollera y que era una pena que había tanta gente y que se frotó en la camioneta – a lo que mi esposo respondió sin sacar la mirada del camino- que por lo menos, limpió un poco el polvo acumulado del último viaje.
Los minutos en el embotellamiento, tenían más segundos que lo normal. Así que, la angustia iba en crecimiento, proporcional al tiempo que transcurría a cuentagotas, observando los dramas en el teatro al aire libre, en la avenida 6 de marzo de la ciudad más joven de Bolivia.

Miré a la izquierda para una boca de calle y vi una banda y un centenar de personas bailando, por algún preste católico y comprendí porque no se movía el carril que, supuestamente estaba expedito. Escuché la diana, todos pararon de bailar y tomaron cerveza en plena calle, mientras las movilidades esperaban… Comenté, sobre el supuesto caso, de que si apareciera una ambulancia… Mi esposo con la voz desesperanzada, contestó que “estarían fregados”. Añadió, que “cuántos ya murieron así, los pasantes de las fiestas, son tan despiadados cuanto los bloqueadores y no otorgan ninguna importancia a la vida, peor si es ajena”.
Los músicos con sus trajes naranja y lila, volvieron a tocar y los danzantes, en grandes pompas, lentamente se alejaron por la calle, despejando el cruzamiento. En su camino iban soltando petardos, con sus caras transfiguradas por la alegría y la cerveza, con los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas sin importarse con el trastorno causado a su paso, ni con los minutos que robaban a la vida de todos los infortunados que estábamos en su camino.
Apenas pasamos el cruce y estuvimos parados, otra vez… No sabíamos si se trataba de otro preste, otro camión o qué diablos era lo que no permitía que el supuesto carril expedito siga su marcha.

En mí agonía, silenciosa como una piedra, descalcé mis botas. Mi esposo me preguntó si yo sentía calor, le dije que no “es pura ansiedad” completé. Tratando de consolarme, él dijo que faltaba poco para salir de la avenida y entrar a la carretera y por suerte no era domingo ni jueves, pues en esos días hay feria y el terror se multiplica exponencialmente, por la afluencia de comerciantes y compradores que vienen de todas las partes, hasta de Perú.
Desconsolada miré a un segundo piso de un edificio muy colorido, cuando vi por una ventana abierta una cabeza de elefante de estuco y una de delfín en tamaños gigantescos, pendiendo del techo como parte de la grotesca construcción…

¡No podía creer! Describí, para mi esposo, tomada por el asombro, todo lo que estaba viendo, en el extravagante techo, a lo que mi esposo respondió con una sonrisa, “qué esperabas, si tienen tanto dinero cuanto mal gusto, para ellos es glamuroso”. Al escuchar su explicación, empecé a sonreír sin despegar la mirada de la ventana abierta del segundo piso del edificio colorido. Tal vez, esperando ver algo más fenomenal que ocultaban a dentro, no lo sabía, pero esperaba ver algo más, después de todo. Hasta que avanzamos lentamente y dejé atrás el edificio mágico e irreal con cabezas de elefantes y delfines en el techo que tenía en el centro, una gran araña de cristal.

Los bocinazos y desmandes de los choferes en la avenida seguían, naturalmente mezclados con los transeúntes, los perros callejeros, el asfalto reblandecido y con la eternidad para avanzar una cuadra; entretejiendo un mundo improvisado dentro de otro mundo no mucho más organizado. Un espectáculo multicolor, bullicioso en medio de la gran desazón generalizada, causada por los múltiples problemas que presenta el país que no logra despegar y busca por muchos medios, justificativas para su propio subdesarrollo.
Todo nos parecía absurdo, alocado, irracional y fuera de toda lógica, pero yo seguía impactada por los delfines y elefantes en el interior del edificio, entonces, empecé a poner atención a todos los edificios de la ecléctica arquitectura andina, que hace una curiosa amalgama entre lo cholo y el chalet, en la urbe alteña, teniendo como resultado el cholet; curiosa denominación que reciben los edificios pertenecientes a un estilo arquitectónico andino desarrollado en El Alto. El término fue originado por la combinación de las palabras «cholo» y “chalet”, en representación del éxito del propietario y del nacimiento de la nueva burguesía aimara.
Lo que pasaba, es que los cholets siempre estuvieron en el mismo lugar y nunca me importaron, por el contrario, me parecían construcciones alegres adornando la sobriedad del paisaje. Pero después de ver la fauna colgando del techo; después de haberme ahogando con la visión, sin poder imaginarme la sensación de estar en un lugar así, empecé, inmediatamente, a querer divisar la intimidad ajena, mirando al interior de toda ventana que veía abierta en espera de encontrar algo más soberbio que lo anterior.

Así que, los próximos minutos infinitos, los pasé escudriñando la existencia ajena, con curiosidad febril y olvidando la precariedad mezclada con el polvo, las jardineras rotas, donde alguna flor enmohecida insistía en brillar. Ya no puse atención a las elegantes polleras, con sombreros apresurados y un hijo colgado a la espalda como una especie de sortilegio que adivina la repetición del cosmos por los siglos de los siglos.

Hasta que logramos recorrer, al termino de dos horas, los escasos 40km que nos separaban de la carretera que nos llevaría a nuestro destino. Pudimos aliviados, divisar la geografía del altiplano y respirar desahogados, admirando el hermoso paisaje mezclado con el esmaltado cielo azul, era como haber navegado, con todas las peripecias del caso, desde Págasas hasta la Cólquide, como argonautas del siglo XXI.
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Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.

TETÉ Y LA FLOR DE LA CANELA. Por Andrés Canedo (*)

(Crónica)
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Alguien tuvo la maravillosa ocurrencia de poner en Facebook La Flor de la Canela, y yo el atrevimiento de volver a escucharla y desencadenar así el río de la memoria. Amo esa canción, como amo también Amarraditos, ese otro maravilloso tema musical peruano, porque ambos tienen que ver con dos amores importantes, aunque muy diferentes, en mi vida. Y así vienen los recuerdos… La cosa es que mi prima María y Teté, llegaron a La Paz esa mañana, desde Lima. Era casi el mediodía cuando las vi y el sol y el cielo límpido de aquella ciudad, me permitieron la epifanía absoluta: Teté era de piel canela, y era airosa, y era extraordinariamente bella. Había tenido otra mujer limeña, había estado en Lima varias veces, había conocido el puente y la alameda, pero nunca había encontrado una encarnación perfecta de la protagonista de la canción; sin embargo, allí estaba frente a mí. “Me llamo Teresa, me dijo, pero puedes decirme Teté”. Ambas, o sea mi prima y ella, se habían alojado en la casa de una tía de Teté, y ahí estábamos, en la vereda, ella incendiándome desde su mirada casi insolente, devoradora. Yo, mirándola también con descaro, viendo sus ojos de fuego, el movimiento sugerente de sus bellos labios al hablar, su cintura estrecha, la longitud y la armonía insólitas de sus piernas enfundadas en un jean. “Te recojo después de almuerzo, para hacerte conocer la ciudad”, le dije, aunque estaba consciente de la perentoriedad que podría ser absurda, que podría ser malinterpretada (o bien interpretada), porque podría haberle dicho, te recojo esta tarde o esta noche, pero no, un par de horas después, sin dejarle oportunidad al descanso luego del viaje. También estaba consciente de la descortesía con mi prima, excluyéndola del ofrecido paseo, pero mi pariente, era una tipa a todo dar, y me hizo un gesto de aprobación y de estímulo. “Te estaré esperando, ya te estoy esperando”, me respondió Teté con una entonación de voz cargada de erotismo que no pretendía el disimulo, mientras me lanzaba mensajes unívocos con su mirada que no esquivaba mis ojos, que me recorría con deleite cada parte del cuerpo, sin otra interpretación posible que no fuera la de que esa tarde nos íbamos a devorar.
La recogí a las dos y media. Yo seguía incendiado, como lo había estado desde el primer momento en que la vi, creyendo firmemente en el dicho de que “había química”, y sobre todo, seguro, por todas las señales que ella me había entregado. Subió al auto, me dio un beso en la mejilla, que súbitamente cambió de dirección hacia los labios y, en ese momento, me entregó su saliva y su lengua, y empezó a nutrirme. Durante el breve trayecto no hablamos nada, pero nos comunicábamos desde la vibración alocada de nuestras pieles próximas. Tampoco paseamos ni le hice conocer la ciudad. Fuimos directo al motel más cercano. Ella no manifestó ni asombro ni reticencia, sólo soltó una risita cantarina mientras descendíamos del vehículo. Entramos a la habitación, nos quitamos la ropa a los zarpazos, y cuando estuvo desnuda, en todo su esplendor, dejó salir sus primeras palabras de la tarde: “Aquí estoy, para que me conozcas”. Yo seguí mudo, porque no había lugar para las palabras en esa tarea de conocer, todavía con los ojos, esa maravilla, esa revelación alucinante, ese esplender de su cuerpo que se robaba todas las luces. Después vino el conocimiento de sus abismos y protuberancias, de la tersura infinita de su piel color canela, de sus claridades y penumbras, de su don de serpentear ante las caricias y agresiones de mi cuerpo, de sus gemidos melódicos para expresar el placer. No obstante, al iniciarlo todo hubo un hecho que me sorprendió. Era como si ella tuviera un candado entre las piernas, una barrera que impedía penetrarla. “No te preocupes, me dijo, ya se abrirá. Es que tengo una especie de trauma. Me casé siendo muy jovencita, y mi exmarido, de alguna manera me violó la primera vez. Y me quedó eso, pero se pasa enseguida”. Y claro, las compuertas del placer se abrieron al cabo de pocos intentos y fue el precipitarse, primero, en una avidez asombrosa, sin dar tiempo a nuestros cuerpos a acomodarse; luego, ya fue una disposición más serena, y finalmente, un encajarse con sabiduría prematura, pero plena, como si viniéramos de una larga práctica de la pasión unificada.
En la primera de las pausas, intercambiamos algunas palabras y ella me dijo, “yo sé algunas cosas de ti, de lo que haces en la vida, porque me lo contó tu prima, y porque desde sus palabras, aunque ninguna se refirió a tu cuerpo, a tu aspecto físico, ya venía imaginándote y, aunque a mí misma me pareció absurdo, excitándome secretamente. Tengo 23 años y he vivido mucho, pero nunca me ocurrió algo así”. Yo, sólo pude confesarle, que para mí ella también era una experiencia inédita, como lo es toda revelación. En el segundo intervalo, yo osé revelarle una verdad que tal vez podría lastimarla, cuando le dije: “No era ignorante sobre la existencia del placer puro del sexo, sin intentar siquiera alcanzar el alma, la tuya en este caso, pero esta vez se dio así y no me arrepiento ni me avergüenzo”. A lo que ella respondió: “Yo lo intenté varias veces desde mi divorcio, porque no quería nada que involucrara sentimientos, pero sólo fueron intentos sin llegar a la costa, en los que me quedaba navegando en medio del mar, aunque cerca de la playa, sin poder nunca culminar de verdad el propósito de la navegación, como ahora lo he hecho”. Al vestirnos, luego del tercer viaje a través de nuestros cuerpos agotados, pero todavía insatisfechos, ella me dijo estas palabras: “No vayas a creer que soy una puta porque me acosté contigo a los pocos minutos de conocerte. Nunca hago eso. Lo que pasa es que en cuanto te vi, se desataron en mí todos los mecanismos del deseo y no hubo forma de que pudiera refrenarlos, ni siquiera para disimular. En cuanto llegaste a recogerme de casa, sabía, porque también lo vi en tu mirada, que no había nada que decir, ninguna ciudad que visitar, ningún dato que intercambiar, sino que únicamente quedaba el saciar esta sed repentina e intensa”. Yo le contesté que nunca pensé que fuera una puta sino un don de la vida, un fruto jugoso que se me ofrecía para calmar mi hambre y que el proceso en mí había sido similar al de ella.
A las siete de la tarde las busqué a las dos y las llevé a un ensayo de teatro. Estábamos preparando la obra Antígona, y ya mi alma inclinada a los sueños, quiso mostrarle a Teté, lo mejor de lo que era yo, tal vez porque secretamente quería que ella pudiera amarme y no sólo entregarme su cuerpo en el que se desencadenaban todas las locuras. Ellas, ella, estuvieron atentas durante los trabajos del teatro, y al terminar, la mano de Teté tomó la mía y entrecruzamos los dedos en aquel gesto primordial de cariño. Después, la pensé largamente durante la noche, me regocijé en las imágenes y las sensaciones revividas de su cuerpo. Al día siguiente, a las diez de la mañana, la fui a buscar y la llevé nuevamente a un motel, donde se repitieron las exaltaciones mientras explorábamos nuevos cauces, diferentes arrebatos y que sólo tenían, al menos aparentemente, el único objetivo de nuestros cuerpos. Cabe decir, que al principio se repitió también aquello del muro momentáneo resguardando el acceso a su fuente generadora de todos los placeres.
Fueron 20 días arrebatadores, en los que al menos la mitad de ellos, vivimos en ese caos armónico de cópulas desesperadas e incesantes, y en los que ese era el único sentido de las cosas. Así, sin ninguna esperanza, me sentía, a la vez, dolorosa y gozosamente libre. Sin embargo, cada momento de aquella anarquía era la gloria, porque así estábamos empeñados en verlo y esa era, sin duda, la verdad radiante de esos momentos. Es que toda aquella confusión de cuerpos, toda esa precipitación, tenía un orden maravilloso en sí mismo y, de alguna manera, nos colmaba de un sol pálido que entonces era suficiente. Nuestras carnes engarzadas y en permanente combustión, eran una unidad, aunque nuestras almas estuvieran distantes, una de la otra, como el cielo y el mar. Es que en medio del día o de la noche infinitos, en medio del caos sincrónico de nuestros cuerpos, estábamos generando una luz imperecedera. Sabíamos que, aunque no todo, por ejemplo el amor, fuera posible, al hacerlo tal como lo hacíamos, estábamos viviendo la vida y no negándola. Quizá, por medio de esos acoplamientos, de ese arrebato de nuestra carne insaciable, ambos estábamos clandestinamente entregados, no sé si ciega o luminosamente, a la búsqueda de nuestros propios Yo. No hay que olvidar, no obstante, que en todo intercambio de cuerpos, uno siempre deja, al menos, retazos de su alma. Que el cuerpo absolutamente libre de la misma, no es posible. Pero al promediar el tiempo de nuestro encuentro, sentí algo que me decía y que yo compartía secretamente desde días antes, que ella también quería mi alma, y yo fui cediéndosela poco a poco a poco, hasta que al final fui suyo. Así, decidí saltar al abismo, donde procuré, oscuramente, encontrar su alma y apenas me aferré a unos atisbos de su luminiscencia. Es que ella, tal vez sin proponérselo, me brindaba una nueva forma de verla y entonces la amé en soledad, quizá porque intentaba liberarme de tanta carga que pesaba en mí desde hacía mucho tiempo. Yo, como siempre lo había hecho, buscaba en ella lo absoluto, aun sabiendo que tal vez nunca lo lograría, porque ella también traía las heridas que le habían mutilado el espíritu. Pero, de todas maneras, decidí entregarle mi vida, aunque nunca se lo dije, aunque sólo lo expresé en los impulsos de mi cuerpo sobre el suyo, aunque sólo recibía como respuesta los ecos de sus gritos de placer, y en los que yo no sabía distinguir cuánta parte había de amor verdadero. Fui, y creo que ella también lo fue, que fuimos cobardes. Debo agregar que, hacia el final de nuestro tiempo juntos, la barrera cruel que obliteraba el acceso al núcleo de su cuerpo, desapareció. Y yo, tonto como soy, perdido en ese mar de arrebatos, no le supe dar el valor que posiblemente tenía.
Al partir de vuelta a Lima, ya en el aeropuerto me dijo: “No me escribas, no me llames, pero si estás seguro ve a buscarme”. No lo hice, y al cabo de algunos meses, yo que seguía buscando dónde hacer pie, encontré otra mujer que pareció ser el asidero que buscaba, a la que también conocí y amé durante pocos días, pero que me dejó abierto el futuro. Y hubo un futuro que terminaría de mala manera. Antes de ello, yo tuve que viajar por un tiempo a Alemania y el avión hizo escala de una hora o algo más en Lima. Con el escozor de la duda la llamé y ella me dijo: “¡Voy hacia allí! Espérame, amor, no dejes que se vaya el avión”. Por supuesto que el avión no pudo esperar los tiempos que ella debía recorrer desde su casa hasta al aeropuerto, y entonces partí sin verla, sin tener el coraje de darle esa oportunidad a la vida. Muchas veces me he preguntado durante todos estos años, qué hubiera pasado si Teté llegaba a tiempo, si eso no habría torcido la línea de mi vida, pero claro, todos sabemos que esas especulaciones son absurdas. Volví algunas veces a Lima por asuntos de trabajo, y en la primera de ellas, llamé a su casa y una señora, supongo que era su madre, me contestó: “Teté ya no vive aquí, además está de viaje con su marido”.
Así fue. Me acordé de ella al escuchar La flor de la canela. Ahora, cuarenta y más años después de aquellos sucesos, en este momento la escribo y la describo mientras escucho la octava sinfonía de Bruckner. Y aquí, hoy, desde tan lejos en el tiempo
y la distancia, estoy intentando convertirla en letras.
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(*) Es autor de numerosos cuentos y relatos publicados en diversos periódicos y revistas literarias nacionales e internacionales. Ha publicado también poemas y tiene una publicación semanal en su muro de Facebook y en su página Andrés Canedo de Ávila. Es autor de las novelas Pasaje a la Nostalgia (Editorial Kipus, Bolivia) y Territorio de Signos (Editorial 3600, Bolivia).
Andrés Canedo, nació en Cochabamba y actualmente vive en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)

EL POEMARIO SOBRE LA MESA DE NOCHE. Por Márcia Batista Ramos (*)

Amo tener mis fantasmas,
y amo tener mis recuerdos

Debbie Reynolds

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Recordé que desde que estoy aquí, siempre es domingo, a pesar de que ningún día se repite. Ni las noches, nunca son iguales. Es como las palabras unidas en versos, por más iguales que parezcan, nunca se repiten o por más que se repitan no son iguales. Porque el dolor de ahora, no es el mismo que fue o la alegría siempre será nueva y no se igualará a la alegría pasada.
Me gustaría ser libre como la lluvia…Poder mojar los domingos amarillos, éstos que tienen un silencio mustio, que saben más que a pereza, saben a melancolía…Y cuando nos percatamos ponemos las manos en los bolsillos, buscando algo para mascar, como frutas secas, por ejemplo, para tratar de disimular el desconsuelo…
En un domingo cualquiera, vi que seguía allí sobre la mesa de noche, el poemario que arropaba los secretos que el poeta se cansó de cobijar y decidió gritar al mundo. Todo lo que no calló y con contundencia lo gritó en versos, como lo hacen quienes no tienen a dónde arribar y no quieren, por nada del mundo, someterse al silencio.
A mí, el mundo me causa este sentimiento que ahueca mi vientre y no sé explicar… Tal vez, si fuera poeta, pudiera escribir sobre lo socialmente establecido y la ilimitada impresión que me causa el mundo, además, todo lo que, lentamente, columpia en mi mente (mezcla de trenes, vacas y ladridos con hierba fresca).
Lo que pasa, es que no volví a tocar el poemario, apenas lo dejé allí y lo miré como el albacea del dolor e impotencia del poeta. Creo que los versos son la mejor manera de dejar rebalsar el alma, por eso, sin querer uno se hace poeta. Porque no debe ser una decisión personal hacer hablar a las palabras, en forma de versos.
En un verso, es muy interesante lo que ocurre: ¡la palabra, simplemente, explota! Así, sin ninguna invitación para formar una ronda, con otras palabras… Como si el viento las hubiera llamado. Las palabras vienen, se unen de las manos en una ronda, cantan, gritan, se desahogan y se entregan al mundo, abandonando al poeta; después que “el poeta tocó lo impalpable y escuchó la marea del silencio cubriendo un paisaje devastado por el insomnio” dijo Octavio Paz.
El insomnio alarga la noche y trae los fantasmas del pasado, no deja la mente en paz y uno piensa todo y siente angustia, cansancio, miedo… Pero, si todos fuéramos poetas, escucharíamos las olas del silencio de la noche y dejaríamos escurrir un verso por la pluma, tomaríamos las palabras, nos apoderaríamos de ellas y podríamos poseer el verso, mismo a sabiendas que sería apenas por un momento fugaz, porque ningún poeta posee para siempre su verso.
Verdad. Ningún poeta, posee su verso, después que su pluma vierte las palabras en un papel, ellas ya no son suyas. Porque la voz del poeta se calla cuando su verso toca otros ojos y otras voces del mundo; en el espacio se escucha a lo lejos, mismo después de muchos años, el eco de su voz y todo lo que dijo, en su confesión echa poema. Empero, en ese momento, el universo se apropia de las palabras, para, tal vez, prestarlas a otro poeta ahogado, que quiera gritar su dolor en versos al mundo, para así formar una poesía que “(…) es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse y que forman algo así como un misterio”, nos dijo Lorca.
El misterio de la arena en el desierto en un domingo soleado, no es el mismo misterio del domingo soleado en la ciudad, ni el misterio de un domingo soleado cualquiera, en cualquier lugar.
No conozco muchos lugares, normalmente, estoy resguardada por las paredes rosadas de mi habitación, aquí o allá, siempre las paredes son rosadas y los cristales de las ventanas dejan traspasar el cielo de domingo. Por las noches, mis ventanas son iluminadas por las luces de otras ventanas que brillan mucho, como estrellas de neón y no dejan que yo vea el cielo desde los cristales de mi ventana, pero puedo escuchar la voz interminable del viento.
El viento sabe todo porque todo lo oye, por eso es quien más se engalana con la belleza de las palabras que arrastra y descubre historias y secretos cuando remueve la arena; el viento carga la musicalidad de las palabras de todas las geografías; cuando cierro mis ojos, escucho y me conecto con el viento y escucho lo que dijeron en otros países, eso me hace sentir muy cómoda mismo sin entender. En esas horas siento añoranza de las caminatas por la playa y recoger poemas como quien recoge caracolas en la arena. ¿Eso es lo que hacíamos o me equivoco?
A menudo uno se equivoca, porque los recuerdos tienen un nivel físico y uno energético, a veces no sabemos se hicimos todo lo que dijimos que haríamos o si nuestros planes se frustraron. O si lo que recordamos fue apenas un proyecto… Total, añoro las caminatas por la playa, allá donde el silencio siempre está interrumpido por matices del silencio: cuando la ola revienta, cuando la ola llega a la playa y cuando el reflujo marino la absorbe otra vez para el interior del mar, dejando la arena mojada, borrando las palabras escritas en la arena.
Las palabras escritas en la arena, nunca van más allá del ancho mar, son como los versos que el poeta no se atreve a confesar; son los poemas que no transitaran caminos, porque duelen mucho, tanto así, que no deben ser pronunciados, entonces se los aborta, para que no desnuden, con crudeza, los rebeldes vaivenes de la vida; representan ciertas palabras que nunca se las fundirá en hermosos versos; es doloroso, lo sé, pero aprendí que no adelanta evadir la oscuridad y soñar con el alba. Ya que siempre sonará en la cabeza una voz secreta, que hará imaginar lo que la cordura no se atreve a pensar o escribir en versos.
Recordé que desde que estoy aquí, siempre es domingo, a pesar de que ningún día se repite, especialmente aquí, donde no hay rutina porque ya no volverán los inviernos, ni se repetirá algún verano, siempre será domingo y me arreglaré al despertar, por si acaso vengas a visitarme y recoger el poemario que sigue inmóvil sobre la mesa de noche.
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Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.

REFLEXIÓN SOBRE LA “MOVILIDAD SOCIAL” ACTUAL. Por Eva Beatriz González (*)

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Pues esta vez -en parte- sí tiene razón el presidente (AMLO), porque sí, tú que estás leyendo esto no eres de clase media, eres pobre. Nos han hecho creer que por comer todos los días y pagar una renta o tener alguna propiedad ya somos clase media, pero en este país la verdadera clase media tiene propiedades, mucho dinero en el banco y empresas, viven en lugares como Santa Fé o Ixtapaluca, mandan a sus hijos al Tec o al ITAM (pagando, no con beca), una de sus mayores desgracias es no poder comprar la última Mac o no poder cambiar de iPhone cada año o no poder irse de vacaciones al extranjero.
Y sí, los conozco (seudo clase media, como gran parte de la zona metropolitana) y he convivido con ellos, por eso lo sé. Su mayor aspiración es pasar al siguiente escalón. No digo que sean buenos o malos, simplemente así son. Así que dejen de ofenderse, si tienen una casita o rentan, si son empleados o tienen que trabajar todos los días para tener sustento, si no es tradición irse de vacaciones al extranjero por lo menos una vez al año, si no van a heredar una empresa, déjenme decirles que no, ustedes no son de clase media, así que ya pueden dejar de ofenderse.
Ah, y si en efecto hay alguien de clase media leyendo esto, déjenme decirles que no, ustedes no son ricos, quieren pertenecer al grupo de los Salinas Pliego o de los Vázquez Raña, pero no, todavía les falta un montón, corran y vayan a enseñarles a sus hijos a administrar sus empresas porque están bien mensos y los van a llevar al baile.
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(*) Comunicadora Social